domingo, 27 de enero de 2013

Encuentro en la Torre Eiffel.

Paris. Mirador de la Torre Eiffel.

Dos personas desconocidas conversan y se cuentan sus cosas como si fueran amigos de toda la vida, íntimos. Allí están ellos, en la ciudad del amor, sobre el podio del romanticismo pero solos. Sin pareja, y con la mirada triste. Ellos a vistas de otros parecen una pareja a punto de separarse.

—Entonces ¿Cómo fue? —pregunta ella.

—¿Cómo fue qué? — le pregunta él a su vez.

—Cómo fue que llegaste aquí ¿Qué fue lo que te trajo?

—Ah… —él parece pensarlo un poco, luego suspira y responde—. Supongo que estoy escapando.

— ¿Escapando de qué o quién? —ella está realmente interesada, tal vez necesite pensar en otra vida que no sea la suya.

—No lo sé —dice él mirándola a los ojos. Luego desvía la mirada y la dirige nuevamente hacia el bello París—. Tal vez de ella; tal vez de mi familia; tal vez de mi vida; tal vez de todos.

—Entiendo ¿quieres hablar de ello? —ella no entiende por qué tiene la necesidad de ver sonreír ese precioso rostro tan apesadumbrado. Pero sabe que lo primero es descargar ese peso para poder alzar luego las comisuras con ligereza.

Él no sabe qué sucede, quizás sea la magia de la noche, de la ciudad o la de aquella sencilla chica, pero tiene necesidad de hablarle, de decirle cómo se siente; algo le dice que ella puede hacer que se sienta mejor.

—La vida se me hizo pesada, necesitaba un respiro. Alejarme a un lugar donde nadie supiera quién soy, escaparme de lo que soy en esa vida y ser simplemente un desconocido alguien que no deba hacer tal o cual cosa y que pueda ser él de nuevo sin decepcionar a nadie, sin que nadie crea alguna cosa de mí. Necesitaba escaparme de la condena que han impuesto sobre mí. Mis amigos, mi familia… siento que esperan todo el tiempo que falle, siento que soy esa persona de la que se puede esperar cualquier cosa… pero no soy así, no en verdad.

—Has decepcionado a alguien —ella no lo pregunta, lo afirma.

—Sí, lo he hecho. —él lo confirma y hay una profunda tristeza y amargura en sus palabras. Ella entiende que ese es el gran problema.

—¿Por qué?

—Por ella. Por estar con ella. —hay un regusto amargo en cada palabra.

—¿Y valió la pena?

—Sí; no… bueno, no lo sé —él vacila—. He vivido momentos muy lindos junto a ella y otros muy desagradables.

—¿Pero estás enamorado de ella?

—Claro que la quiero, hay mucho entre nosotros y…

Ella lo cortó.

—No, no te pregunté si la quieres, te pregunté si la amas, si estás enamorado. Te pregunto si te falta el aire cuando están alejados, si tienes necesidad de correr hacia ella para que te devuelva el aliento. Te pregunto si puedes soportar lo que sea del mundo si al final del día la vas a tener contigo y todo va a dejar de importar, porque ahí está tu sonrisa, porque ahí está el combustible que alimenta tus momentos. Si discuten, pero nunca piensan en separarse porque les resulta absurda la idea de no estar juntos. Si prefieres su compañía a la de nadie más. Me refiero a amar, amar de verdad. Si cometes un error que te cueste la alegría, entonces debe ser en busca de un objetivo que valga más que todo lo que puedas perder.

Él la miró, como si fuera no supiera lo que creer ¿De dónde sabría ella todo eso?

—¿Cómo sabes que eso es justamente el amor?

Sus ojos se achican un poco y entristecen.

—Por qué una vez me enamoré de alguien y necesitaba a cada segundo hacerle saber que ocupaba mi pensamiento, que cuando no podía hablar era porque tenía mil y un teamos atascados en las venas y necesitaba arañarlas, abrirlas y dejar que salieran antes de que explotara. Sólo porque no podía decírselo.

—¿Y qué sucedió?

—Se lo dije, pero él no me quería de la misma manera y lo dejé.

—¿Te arrepientes?

—No. Creo que merezco ser amada por alguien que me ame de la misma forma, creo que en la relación debe de haber un equilibrio. Si no lo hay, al final el que quiere menos va a buscar una excusa para acabar con todo. Y no hay necesidad de que la parte que quiera más sufra más. No hay necesidad de alargar el tiempo, porque eso solo va a llevar a que una de las partes salga más herida que la otra.

—Creo que yo soy el que quiere menos —declaró él—. Cuando nos peleamos yo tengo alguna esperanza de que sea definitivo. Pero nunca es así y cada vez me resulta más pesada su compañía.

No pudo menos que sorprenderse de sí mismo ¿realmente había dicho aquello? ¿Era así como se sentía, encerrado? Sí, era así. Pero ¿por qué lo admitía? Porque decírselo a ella no iba a lastimar a nadie.

—¿Y entonces por qué vuelven? —la pregunta de ella lo trajo de nuevo a la conversación, distrayéndolo de aquella revelación.

—No lo sé bien. Pero ella… yo sencillamente no tengo corazón para verla rogándome y llorando. Me busca, me busca y me busca hasta que me encuentra ¿cómo decirle que no tantas veces?

Ella sabe lo que sucede, por un momento lo mira con una dulzura infinita pero luego endurece la mirada.

—Estás siendo un cobarde. No es un acto de buena fe darle siempre otra oportunidad, porque un día va a llegar el momento en el que ya ni siquiera tangas esa esperanza de cambiar las cosas y entonces te vas a odiar tú, vas a odiarla a ella y vas a odiar tu vida. Y quizás eso ya esté sucediendo. Mírame a los ojos —él un poco sorprendido miró hacia sus firmes ojos color miel—. Tenés que ser valiente y poner un “no” definitivo. Y cuando pienses que vas a flaquear recordá que volver con ella solo provocaría heridas más profundas.

Aquellas palabras lo llenaron de una alegría nueva, algo que hizo que temblara por dentro. De una esperanza nueva, no era una excusa lo que ella le mostraba, era una razón.

—No eres una mala persona, sencillamente el encierro te ha desorientado y te ha vuelto inseguro. Por eso tienes que acabar con todo eso, para ser tú de verdad.

Ella había tomado sus manos y se las estaba apretando, mientras lo miraba a los ojos de una manera que a él le hacía sentir que todo era posible. Él sostuvo sus manos con fuerza y dijo:

—Gracias. —fue corto y sencillo, pero la palabra estaba cargada de significado. De repente el mundo fue ajeno a ellos dos.

—Eso fue lo que me trajo a mí hoy hasta aquí —declaró él—. ¿Pero a ti qué te trajo?

Ella lo miró por un largo rato antes de contestar. Ella necesitaba pensar en otra cosa que no fueran sus problemas, necesitaba distraerse. Con esa intensión había salido de su casa y se había dejado conducir por el destino.
 —Hoy el viento me condujo hasta aquí, por ti.


1 comentario:

Camila dijo...

Debe ser algo sumamente romantico encontrarse con un amor en la torre Eiffel, y por eso siempre sueño con ir a la capital Francesa y conocer al amor de mi vida. En este momento estoy planeando un viaje a la capital Argentina, y por eso quiero conseguir Vuelos a Buenos Aires desde Salta para conocer el famoso Obelisco